Una nueva prueba de Dios
Como conté en mi nota anterior, estuve sin jugar en mi playstation 3 por casi tres años debido a que mi tele se rompió y cuando la arreglamos mi madre y mi hermana creían que al volver a conectar la play, la tele volvería a romperse. Durante casi tres años no jugué ni un solo videojuego en mi casa, cosa que había hecho casi toda mi vida, desde mi niñez, donde devoraba juegos usados de la play 2 que compraba en la feria detras de mi casa. Tres años en los que solo pude volver a sentir el gozo del joystick en mis manos y la sensación de progreso y diversión al recorrer los mundos virtuales. Tres años donde el único lugar donde podía tener esa sensación era la casa de mis sobrinos, de los cuales no quería abusar ni acaparar SU sistema de juego. Tres años de ganas gamer acumuladas.
Y justo cuando empezaba a acostumbrarme, Dios consideró que había superado la prueba.
Mi hermana también sufría de esas ganas gamer. Su amor por Minecraft se manifestó y accedió a conectar la play en la tele del comedor. Al mostrarle que funcionaba, ella estableció un acuerdo: ya que su querido Minecraft se veía mal (con lineas rojas y petado por la mala cálidad del televisor), yo podría jugar exclusivamente los fines de semana y en vacaciones. La pandemia aún no llegaba, pero estaría listo para ella y en los primeros meses de la misma, sacié las ganas acumuladas en tres años de estar lejos de mis amados juegos de playstation. He jugado desde que comenzó el año y he logrado terminar cuatro juegos. Tengo una pila de diez y mi plan era rejugarlos todos en una cuenta nueva tras haber perdido la original cuando mandamos a formatear la consola. Pero sería una experiencia diferente. No solo porque los tres años de inactividad me habían oxidado un poco, sino porque ahora tenía más años a mis espaldas. Ya no los jugaría como un joven estudiante de secundaria, sino con un aspirante a universitario con deseos de vivir. Le prestaría atención a los detalles. Ejecutaría estrategias más refinadas. Disfrutaría volver a estar en mi elemento. Mi mundo. El mundo gamer.
Ese era el plan.
Pero mi único joystick murió.
Acaba de pasar. Ayer jugué casi todo el día hasta las 2 AM. Había terminado el modo historia de Max Payne 3 y planeaba rejugarlo para completar todos los desafíos posibles para luego cambiar de juego a Dead Island, uno de mis juegos favoritos de zombies. Hoy, iba a jugar a las 21 PM y planeaba rematar lo que me quedaba de Max Payne 3 así el próximo finde empezaría con Dead Island. Traje el joystick y su cargador, y cuando pulse el botón central del mando la consola no encendió. Pensando que al control le faltaba batería, lo conecté y prendí la play manualmente. Cuando se encendió y volví a pulsar el botón del joystick, no prendió. Lo aprete otra vez, y otra, y otra, y otra... Las luces rojas nunca aparecieron. Aún en este momento, una hora después, sigo apretandolo de vez en cuando para ver si es una simple broma cósmica a la que Dios me tiene acostumbrado. Pero no es una broma. Es una prueba.
No tengo un plan. Estamos en pandemia, con cuarentena estricta. Dudo que haya locales que vendan joysticks de una consola descontinuada, y si los hay, dudo aún más que esten en los alrededores de mi área. Tal vez le pregunte a mi hermano, pero él vive lejos y su trabajo lo mantiene muy ocupado. Tampoco creo que mis sobrinos conserven algún componente de la Playstation 3 más que sus juegos, los cuáles pensaba pedirles cuando la cuarentena se acabase. No sé qué hacer. Siento como estoy cayendo en el agujero en el que estuve la primera vez que la play me abandonó. Ese pozo del que tanto me costó salir. Al menos, en esos tres años, podía conectar la consola en la tele del comedor cuando nadie estaba en casa y podía jugar libremente durante horas. Pero ahora ya ni eso. Sin joystick, no hay juego. No hay diversión. No hay nada.
No todo está perdido. Aún tengo Warcraft 3 completo en mi notebook. Pero me sigue doliendo. Tenía tantos planes. Tanto que rejugar. Tanto que disfrutar. Esa era mi estrategia para sobrellevar la cuarentena, la cuál no tiene pinta de acabarse pronto. Confío en que cuando lo haga, ya sea en unos meses o un par de años, haa sobrevivido al menos un local que venda específicamente un joystick de PS3. No me importa la cálidad, ni si es usado. Solo me importa tenerlo. Lo necesito. Necesito jugar.
No podés quitarle a alguien algo que es tan importante en su vida y no darselo por tres años. Y mucho menos podés devolerselo en el incio de una pandemia global donde todos se odian, estan tristes y la economia se derrumba poco a poco. Pero Dios si. Es parte de su prueba. La nueva prueba que me ha impuesto. No sé si tenga la cordura suficiente como para superarla, pero lo intentaré. Buscaré locales. Preguntaré a mi familia. Encontraré un joystick que funcioné. Porque sino, no creo poder enfocarme en cualquier otra cosa. Pero no debo pensar en eso. Debo enfrentarme a esta prueba.
Lanzaste los terminos, Señor. Y como siempre, los acepto.
ACTUALIZACIÓN: Conseguí otro joystick el viernes pasado. Prueba superada :D
ResponderBorrarHola enfermito, te descubrí gracias a internet. Solo quería recordarte que tus escritos muestran serios trastornos psico-sociales los cuales recomiendo que trates ya que eres un delincuente en potencia y representas un peligro inminente para la sociedad, en especial las mujeres.
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